sábado, 1 de septiembre de 2018

primera parte


Después de un día cansado estoy en mi cama tapada hasta los hombros, hace frío. Me doy la vuelta para estirar el brazo y apagar la lámpara de mesa: al fin es hora de dormir.
El cansancio me está venciendo así que no sé cuánto tiempo está pasando desde la última vez que abrí bien los ojos o que puse atención a los ruidos del exterior, me estoy concentrando en ya no concentrarme.
Mientras voy perdiendo la visión de el día de hoy voy vislumbrando poco a poco un reloj muy grande muy por encima de donde termina mi cabeza, incluso puedo ver la hora aunque a decir verdad no la entiendo. Parece que el reloj está en la pared de una enorme sala con muchos cristales que dejan pasar una luz tardía, naranja, nostálgica e ilumina un tipo de herrería que jamás había visto en mi ciudad.
“¿Qué es este lugar?” Pienso. De pronto aparece un joven de traje y lleva también un sombrero y un bastón muy delgado, él está caminando a unos metros de mi e intento seguirlo y preguntarle algo pero cada vez se aleja más y más. Me detengo en seco al ver una mujer con un peinado recogido que a mis ojos parece una peluca, ella también tiene un sombrero pero mucho más femenino y un vestido largo con botones y no le puedo ver completos los zapatos más que sólo su pequeño tacón. Ella está casi corriendo sujetando una valija que parece una caja extraña rectangular de zapatos con una aza.
“¿Qué es este lugar?” Me vuelvo a preguntar. Miro a mi alrededor y veo más hombres con sombreros o gorros, mujeres de vestidos largos con sombrillas o con personas que cargaran sus valijas, ahora también hay niños corriendo, niñas con caireles y algunos otros pidiendo una moneda. Hay mujeres con moños y sombreros más grandes que sus caras y vestidos más finos que la tela de una araña. Los hombres hacen que piense en los camareros de esos restaurantes elegantes, tienen sombreros y el cabello bien peinado, algunos llevan bastones aunque no sean ancianos y otro llevan también valijas.
El bullicio, las risas lejanas y la respuesta a mi pregunta: el sonido de un tren, de dos trenes…¿o de más?. La maquinaria pesada de las ruedas es confusa y ahora tengo más preguntas. Estoy en una estación de trenes, me doy cuenta no sólo por los trenes y las valijas de las personas, si no por los oficiales con uniformes tan peculiares y gorros que dejan ver su función reuniendo papelitos y moviéndose de acá para allá.
Alguien me empujó, pasa un joven corriendo a mi lado y me doy cuenta de que no, no soy ajena a esto dado que se me ha roto el tacón de un zapato. Me enderezo y veo como también me ven y en mi recorrido de miradas de confusión puedo verme reflejada en un cristal de una vitrina grande.
Mi peinado está más arreglado que el de las actrices en las fiestas y el vestido que llevo me hace ver linda y de un color especial, me gusta, me preguntó entonces porque se dejaron de usar estas cosas y al mismo tiempo me doy cuenta que en este lugar no encontraré un teléfono celular ni una computadora.
Entonces veo algo diferente, alguien…un joven que lleva un traje blanco, él también lleva un par de guantes y un moño en la camisa. Camina mirando hacia adelante, a tiempo, con gracia mientras su rubio cabello bien peinado choca con la luz de la tarde. Él cruza el salón direccionándose a donde se abordan los trenes y yo hago lo mismo no sé, no lo pienso y sólo voy.
El se detiene gira su cabeza hacia donde estoy como si supiera perfectamente en qué lugar me encontraba aún sin haberme visto antes, dice mi nombre. Lo repite.
Sé que es mi nombre porque puedo ver con claridad sus labios y no entiendo porque no puedo oír ningún sonido de su boca y tampoco porque me está hablando, dicho esto se voltea e inmediatamente sube las escaleras de acero para entrar en el último vagón.
Suena el silbato del oficial y después el del tren: se va a ir ya. Comienzo a caminar más rápido y más rápido, me saco los dos zapatos primero el del tacón roto y después el otro y comienzo a correr, correr detrás del tren que comienza a moverse muy despacio. El joven sale por la puerta del caboose del tren y se recarga en la barandilla extendiéndome su mano.
Bajo a la vía y sigo corriendo aún descalza detrás del tren que va cada vez más rápido, detengo firmemente el vestido con una mano y estiro la otra tratando de agarrar la mano enguantada del joven que me mira sin decir nada. Estoy tan cerca que puedo oler su colonia tan elegante, también puedo ver sus ojos con más claridad así como su expresión serena y misteriosa. El tren va más rápido que yo y yo voy dejando de correr para detenerme por completo y yo…yo abro los ojos.
El tren, el vestido, los guantes se fueron. A mi lado está apagada la lámpara de mesa de todos los días y ahora mis cobijas están revueltas. Miro la hora en el celular, creo que ya es tarde…

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