Después de un día cansado estoy en mi cama tapada
hasta los hombros, hace frío. Me doy la vuelta para estirar el brazo y apagar
la lámpara de mesa: al fin es hora de dormir.
El cansancio me está venciendo así que no sé cuánto
tiempo está pasando desde la última vez que abrí bien los ojos o que puse
atención a los ruidos del exterior, me estoy concentrando en ya no
concentrarme.
Mientras voy perdiendo la visión de el día de hoy voy vislumbrando
poco a poco un reloj muy grande muy por encima de donde termina mi cabeza,
incluso puedo ver la hora aunque a decir verdad no la entiendo. Parece que el
reloj está en la pared de una enorme sala con muchos cristales que dejan pasar
una luz tardía, naranja, nostálgica e ilumina un tipo de herrería que jamás
había visto en mi ciudad.
“¿Qué es este lugar?” Pienso. De pronto aparece un
joven de traje y lleva también un sombrero y un bastón muy delgado, él está
caminando a unos metros de mi e intento seguirlo y preguntarle algo pero cada
vez se aleja más y más. Me detengo en seco al ver una mujer con un peinado
recogido que a mis ojos parece una peluca, ella también tiene un sombrero pero
mucho más femenino y un vestido largo con botones y no le puedo ver completos
los zapatos más que sólo su pequeño tacón. Ella está casi corriendo sujetando
una valija que parece una caja extraña rectangular de zapatos con una aza.
“¿Qué es este lugar?” Me vuelvo a preguntar. Miro a mi
alrededor y veo más hombres con sombreros o gorros, mujeres de vestidos largos
con sombrillas o con personas que cargaran sus valijas, ahora también hay niños
corriendo, niñas con caireles y algunos otros pidiendo una moneda. Hay mujeres
con moños y sombreros más grandes que sus caras y vestidos más finos que la
tela de una araña. Los hombres hacen que piense en los camareros de esos
restaurantes elegantes, tienen sombreros y el cabello bien peinado, algunos
llevan bastones aunque no sean ancianos y otro llevan también valijas.
El bullicio, las risas lejanas y la respuesta a mi
pregunta: el sonido de un tren, de dos trenes…¿o de más?. La maquinaria pesada
de las ruedas es confusa y ahora tengo más preguntas. Estoy en una estación de
trenes, me doy cuenta no sólo por los trenes y las valijas de las personas, si
no por los oficiales con uniformes tan peculiares y gorros que dejan ver su
función reuniendo papelitos y moviéndose de acá para allá.
Alguien me empujó, pasa un joven corriendo a mi lado y
me doy cuenta de que no, no soy ajena a esto dado que se me ha roto el tacón de
un zapato. Me enderezo y veo como también me ven y en mi recorrido de miradas
de confusión puedo verme reflejada en un cristal de una vitrina grande.
Mi peinado está más arreglado que el de las actrices
en las fiestas y el vestido que llevo me hace ver linda y de un color especial,
me gusta, me preguntó entonces porque se dejaron de usar estas cosas y al mismo
tiempo me doy cuenta que en este lugar no encontraré un teléfono celular ni una
computadora.
Entonces veo algo diferente, alguien…un joven que
lleva un traje blanco, él también lleva un par de guantes y un moño en la
camisa. Camina mirando hacia adelante, a tiempo, con gracia mientras su rubio
cabello bien peinado choca con la luz de la tarde. Él cruza el salón
direccionándose a donde se abordan los trenes y yo hago lo mismo no sé, no lo
pienso y sólo voy.
El se detiene gira su cabeza hacia donde estoy como si
supiera perfectamente en qué lugar me encontraba aún sin haberme visto antes,
dice mi nombre. Lo repite.
Sé que es mi nombre porque puedo ver con claridad sus
labios y no entiendo porque no puedo oír ningún sonido de su boca y tampoco
porque me está hablando, dicho esto se voltea e inmediatamente sube las
escaleras de acero para entrar en el último vagón.
Suena el silbato del oficial y después el del tren: se
va a ir ya. Comienzo a caminar más rápido y más rápido, me saco los dos zapatos
primero el del tacón roto y después el otro y comienzo a correr, correr detrás
del tren que comienza a moverse muy despacio. El joven sale por la puerta del caboose del tren y se recarga en la
barandilla extendiéndome su mano.
Bajo a la vía y sigo corriendo aún descalza detrás del
tren que va cada vez más rápido, detengo firmemente el vestido con una mano y
estiro la otra tratando de agarrar la mano enguantada del joven que me mira sin
decir nada. Estoy tan cerca que puedo oler su colonia tan elegante, también
puedo ver sus ojos con más claridad así como su expresión serena y misteriosa. El
tren va más rápido que yo y yo voy dejando de correr para detenerme por
completo y yo…yo abro los ojos.
El tren, el vestido, los guantes se fueron. A mi lado
está apagada la lámpara de mesa de todos los días y ahora mis cobijas están
revueltas. Miro la hora en el celular, creo que ya es tarde…